8.09.2013

Suspensiones por dopaje: Quedan más interrogantes

PHOENIX – Ya con unos días para procesar el bombazo de las suspensiones resultantes de la investigación de la Clínica Biogénesis por Major League Baseball, llaman la atención algunos puntos con el tema del dopaje en el béisbol.

Primero, con la agresividad de MLB en su investigación y la severidad de los castigos—ni hablar de imponer sanciones sin pruebas positivas—el régimen de Bud Selig ha completado su giro de 180 grados en torno a los esteroides.

Recuerden que hace 15 años, en medio de la magia de la competencia entre los jonroneros Mark McGwire y Sammy Sosa, fueron muy pocos los que hablaron en voz alta sobre la presencia de los esteroides—con todo y el increíble auge de jonrones en las Grandes Ligas y, más asombroso, aun después de que un reportero descubriera un frasco de Androstenedione en el casillero de McGwire.

La fiesta jonronera y de toleteros fornidos de manera casi ridícula continuó unos años más, pero en el 2002 por fin el sindicato aceptó un programa de pruebas por esteroides en el nuevo acuerdo colectivo con los dueños. De ahí surgió la serie de pruebas positivas del 2003 (anónimas hasta el 2009) y la implementación de pruebas oficiales al año siguiente.

Pero no fue hasta el 2005, cuando Selig tuvo que soportar la humillación de ser convocado al Congreso de Estados Unidos y ser criticado fuertemente en el Capitolio, que MLB se puso en serio con el tema del dopaje. El Informe Mitchell del 2007—por más limitado que haya sido– fue un esfuerzo admirable de revelación y autocrítica, algo jamás visto en los otros deportes principales de Norteamérica.

Los resultados se han visto con los números. No vemos ni una fracción de los cuadrangulares que se conectaron entre 1998 y el 2002. Hay más pitcheo, más velocidad y, en sentido general, vemos un juego más parecido al que se jugó durante muchas décadas del Siglo XX.

El segundo punto preocupa más. Si hubo tantos suspendidos (y casi todos reconocieron su error), ¿por qué no se vieron más pruebas positivas? Si todos estos peloteros en algún momento se doparon, ¿se puede decir que se escaparon de la detección del programa de MLB? Claro que sí.

Si Porter Fischer no se hubiera desencantado con Tony Bosch como socio, el periódico Miami New Times no hubiera dado su “palo” en enero con el reportaje sobre Biogénesis, lo que desató la investigación de MLB. Entonces, los suspendidos ahora pagan el precio no por salir positivos en pruebas, sino por estar vinculados a la clínica.

De ahí surge  la siguiente interrogante: ¿Cuántos ligamayoristas más se han dopado sin salir positivos en pruebas, con médicos, clínicas o allegados que simple y llanamente no han sido revelados por un periódico semanal?

Eso es exactamente lo que sucedió con el Informe Mitchell. Dicho trabajo se basó básicamente en tres fuentes: La investigación federal de la clínica BALCO (Barry Bonds, Jason Giambi y otros atletas del Área de la Bahía en California), Kirk Radomski (clubhouse de los Mets) y Brian McNamee (clubhouse de los Yankees). Si un jugador no pertenecía a ninguno de estos tres lugares, no había manera de descubrirlo como consumidor de esteroides. ¿Quién sabe cuántos peloteros se escaparon de la red del Informe Mitchell? Y ahora no sabemos cuántos más se han dopado en el presente, simple y llanamente porque nadie le informó a un periódico sobre sus suplidores—como en el caso de Biogénesis.

El último punto es sabido por todos. Se dice que los médicos y los químicos dedicados al dopaje en el deporte siempre le llevan uno o dos pasos a las entidades regidoras de las diferentes ligas. El caso de Biogénesis parece confirmar esa idea. Lo que inició como una venganza de un socio a otro en un negocio mal manejado terminó creando este escándalo de mayores proporciones para MLB.


¿No deben ser las pruebas del mismo programa antidopaje lo que revela el consumo de sustancias prohibidas?  ¿Cuántas figuras como Tony Bosch existen ahora, y con cuáles peloteros? (MLB.com)

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