Su mención es sospechosa, más si se cuenta la historia o se pide reconocimiento y verdad. Conservadores, autócratas sucesivos, salaces y pedestres, ocultaban su gloria o auspiciaban el menosprecio y ridiculización de su figura. La manigua no es para filorios ni apóstoles, que la patria se forja a machetazos y abusos, encima de la grupa salvaje de una bestia. Complaciendo.
Trágico destino el del forjador de la patria, quizás como el de la patria misma. De prócer a perseguido. Encarcelado y expulso. Ignorado, olvidado, despreciado, como peor condena.
Pedro Troncoso Sánchez, autor de “Vida de Juan Pablo Duarte”, escribe la estrofa triste de su agonía, en Venezuela: “nunca fue la muerte tan piadosa, cuando besó y puso paz en la frente atormentada de Juan Pablo Duarte”. Sobre su sarcófago no fue colocada la bandera creada por él, para la nación que cinceló (página 516). Su deceso mereció el lamento de cuatro panegiristas, afirma el biógrafo, un venezolano y tres dominicanos. Uno de ellos, Félix María del Monte, expresó: “la juventud solo ha podido aprender a juzgarlo a favor de los relatos enconados de sus enemigos y émulos envidiosos”.
Inclemente ha sido la posteridad con el patricio. Su logro luce arrebato. Se diluyó el esfuerzo frente al embate certero de los conservadores y de la cobardía de allegados, antes trinitarios después traidores y pusilánimes, oportunistas sin prebenda, sitiados por el miedo y el asombro de una epopeya con nombre de República Dominicana. La contemporaneidad manipula su estampa. Los interesados en la distorsión omiten, añaden, retuercen. Se quedan con el exilio y la tristeza, con la desolación y la miseria.
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